Celeste Jimenez. Abogada Universidad de Talca. Máster en Litigación CWSL.

Los últimos 50 años hemos visto pasar por nuestros ojos y nuestras manos más tecnología que en toda la historia de la humanidad.
Todo ocurre a gran velocidad, y tanto las empresas privadas como las instituciones públicas buscan optimizar sus servicios utilizando la tecnología.
En el camino de la mejora de procesos, la abogacía no ha quedado fuera. Los Tribunales de muchos países han tomado el rumbo de la digitalización de expedientes y notificaciones, dejando de lado los viejos legajos y papeles que tantos problemas aparejaban. Hoy para presentar una demanda no es necesario comparecer personalmente con un cliente al Tribunal, la presencia y la voluntad se pueden certificar por vía virtual.
En toda esta vorágine, la abogacía oral surge con igual velocidad que la automatización de procesos, tal como ocurre en la sala de audiencias en que el principio de inmediatez invade con su limpieza la extracción de la verdad procesal en juicio oral.
Hoy el litigante oral se enfrenta al desafío más esperado en la historia de las instituciones, es el establecimiento de límites a la operación de las máquinas en algo tan humano como la justicia.
La inteligencia artificial debiera ser utilitaria y no invasiva de aquello que solo la inteligencia humana, y otras destrezas, pueden lograr, como es la comunicación inmediata y directa con otro ser humano que testifica ante jurados o jueces que perciben atentos su relato.
El desafío de superar con las técnicas y destrezas en litigación cualquier obra de la inteligencia artificial debiera ser el sino de los abogados en todos los ámbitos de aplicación de las reformas a los procesos con miras a la oralidad.
La oralidad se alza única, poderosa y relevante. Debe ser entonces materia de estudio en las Universidades, sin embargo, lamentamos ver los programas de Litigación en que enseñan maestros que no trabajan en la oralidad en Tribunales, y, por tanto, llevan a una involución en la enseñanza.
Pretender comunicar la oralidad sin practicarla, es regresar a la mecánica de la enseñanza académica basada en la mera observación y orden de antecedentes, luego comunicados con igual mecánica, y sin modo alguno de cotejo en terreno para el educando. Así, la academia practica su propia inteligencia artificial en la enseñanza de la litigación oral. Prueba de ello es el resultado nefasto de los jóvenes litigantes en audiencias.
El análisis es real, tangible, y es una invitación a quienes estudian Derecho o bien, siendo hoy abogados, temen enfrentar la litigación oral.
La mayor riqueza del ser humano es cultivar en sí mismo y en otros el conocimiento, para ser mejores, y hacer el bien a la sociedad. La justicia necesita abogados capaces de sostener los principios de la oralidad, la inmediación y la bilateralidad de la audiencia en todos los foros jurídicos del mundo.